29 de marzo de 2018 † JUEVES SANTO |
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REFLEXIÓN |
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Los amó hasta el extremo. |
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Jesús estaba convencido de que lo iban a matar muy pronto. Y para despedirse de sus amigos decidió hacer una cena dos días antes de la Pascua. Invitaría a todos sus amigos para despedirse de ellos. Pero los evangelios no cuentan nada de esa despedida. Sólo dicen que Jesús les repartió el pan y que les dijo que en ese pan estaba su cuerpo entregado. Y al final, hizo lo mismo con una copa con vino, y pidió a todos que bebieran de ella y les dijo que allí estaba su sangre derramada. Es decir: en un poquito de pan y en un poquito de vino, Jesús nos dejaba su vida entera: su bondad, su obediencia a Dios, sus ganas de ayudar a todos, su cariño por los más pobres, su predilección por los últimos …. Ese estilo de vida de Jesús quedó “como escondido” en aquel trocito de pan y en aquel poquito de vino. Seguro que los discípulos de Jesús comerían todo aquello con inmensa emoción. Quizás, hasta con lágrimas en los ojos. Comer de ese Pan era como firmar un contrato con Jesús para decirle: “Señor, nosotros como tú. Queremos vivir ayudando a todo el mundo”. Por eso podríamos decir que en cada misa nosotros también celebramos nuestro cuerpo entregado y nuestra sangre derramada. Queremos vivir para los demás, para hacerlos felices. Fijaos qué bien decía estas cosas el Concilio Vat II cuando decía: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres, sobre todo, de los pobres y de los que sufren, son gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay humano que no encuentre eco en su corazón”. Precioso. Precioso. Nada les pasa a los hombres que no tenga un eco en nuestro corazón: el paro, los recortes, la violencia machista contra las mujeres, las pensiones más bajas, las injusticias, los sufrimientos… Todo eso tiene eco en nuestro corazón. No nos desentendemos de lo que le pasa a la gente. No nos desentendemos de nada. Si nos desentendiéramos, no podríamos acercarnos a comulgar. No podríamos. Pero fijaos en un detalle: el evangelio de hoy, en vez de contarnos cómo Jesús instituyó la Eucaristía, lo que nos cuenta es cómo Jesús cogió una toalla y agua, y se puso a lavarles los pies a sus amigos. En un principio se quedaron extrañadísimos. Pedro le decía a Jesús: “Señor, tú a mi no me lavarás los pies jamás.” Pero esa lección era tan importante y tan bonita que Jesús estaba dispuesto a echar a Pedro del grupo si no quería aprenderla. Aprovechó Jesús el único momento que tuvo antes de morir para enseñarles que los cristianos no vamos por la vida de señoritos. No. Vamos de servidores. Jesús quería que esa lección la aprendieran bien para hacer una iglesia, no de señoritos, sino de servidores. Pues que Dios nos ayude a todos nosotros a aprender bien esa lección para ir por la vida, no de señoritos, sino de servidores. Como Jesús. |
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Emiliano Calle Moreno. |